Dime que sí by Suzanne Brockmann

Dime que sí by Suzanne Brockmann

autor:Suzanne Brockmann [Suzanne Brockmann]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Altos, oscuros y peligrosos
publicado: 2015-03-15T22:09:18+00:00


Capítulo 9

El bebé estaba practicando con ímpetu su número de claque.

Melody miró el reloj por enésima vez esa noche. Era la 1:24.

Le dolía la espalda, notaba los pechos hinchados, tenía que hacer pis otra vez y de vez en cuando el bebé se giraba de cierta manera y disparaba un pinchazo de dolor de ciática que le atravesaba toda la pierna derecha, desde las nalgas a la pantorrilla.

Melody sacó las piernas de la cama. Sólo podría dormir si se levantaba y caminaba un poco. Con suerte, el vaivén haría que el niño se durmiera.

Se puso la bata y las zapatillas de estar en casa y, tras una breve parada en el cuarto de baño, se dirigió al piso de abajo. Le apetecía un sándwich de cecina, y sabía que había un cuarto de cecina en lonchas en la nevera. Con un poco de suerte, podría prepararse el sándwich y comerse la mitad antes de que desapareciera el antojo.

Pero la luz de la cocina ya estaba encendida, y se detuvo en la puerta, deslumbrada por la claridad.

—¿Brittany?

—No, soy yo —Jones. Estaba sentado a la mesa de la cocina, sin camisa, por supuesto—. Lo siento, he intentado no hacer ruido. ¿Te he despertado?

—No, sólo estaba... No podía dormir y... —Melody intentó cerrarse la bata para ocultar su fino camisón de algodón, pero era inútil. La bata casi no se cerraba por delante.

Su impulso de salir huyendo se vio atemperado por el hecho de que ya no tenía solamente apetito: estaba hambrienta. El antojo de comer aquel sándwich se había desbocado. Miró la nevera y calculó la distancia entre ella y Jones.

Estaba demasiado cerca. Qué demonios: hasta estar a dos kilómetros de aquel hombre era demasiado cerca. Se dio la vuelta para volver arriba, consciente de la ironía de la situación. El bebé se había calmado por su paseo, pero ahora era ella la que no podía dormir porque estaba inquieta.

Pero Jones se levantó.

—Puedo irme, si quieres. Sólo estaba esperando a que se secara mi ropa.

Melody se dio cuenta de que sólo llevaba encima una toalla, atada flojamente alrededor de las caderas estrechas. Mientras ella la miraba, casi hipnotizada, la toalla comenzó a soltarse.

—Andy dio el bostezo psicodélico encima de los únicos vaqueros que tenía limpios —continuó Jones, y, agarrando la toalla en el último instante, volvió a sujetársela alrededor de la cintura.

Melody tuvo que reírse, al mismo tiempo aliviada y absurdamente decepcionada porque no estuviera desnudo ante ella.

—Nunca había oído llamarlo así. Para ser un eufemismo, suena casi agradable.

Él sonrió como si pudiera leerle el pensamiento.

—Créeme, no fue nada agradable. De hecho, fue muy desagradable, más bien espantoso. Pero era necesario.

Ella seguía en la puerta. Sabía que estaba allí, pero no parecía poder alejarse. La toalla volvió a resbalar y él se dio por vencido y la sujetó con una mano.

—¿Cómo está Andy? —preguntó ella.

—Bastante mal, pero por fin se ha dormido. Tuvo el aliciente añadido de las náuseas secas, después de que Vince y yo consiguiéramos limpiarlo y meterlo en la cama.



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